El triunfo de la nostalgia
La investigación policial de un caso de violación y asesinato sirve de marco para contar una historia de amor inconclusa. Benjamín Espósito es un jurista idealista que dejó pasar la oportunidad amorosa de su vida, y tras jubilarse y encontrarse vacío, busca concluir con una novela no sólo el caso que lo marcó, sino la relación que nunca empezó por falta de definición de su parte.
El Secreto de sus Ojos, película ganadora de un Oscar a la mejor cinta extranjera en la pasada ceremonia de la Academia, es de Juan José Campanella, argentino que antes había ganado este mismo premio por El Hijo de la Novia (2001).
Tal triunfo resultó toda una sorpresa, pues se daba como favorita a La Cinta Blanca de Michael Haneke y, en mi humilde opinión, Un Profeta de Jacques Audiard, era mucho más impactante e integral para llevarse la estatuilla.
Sin embargo, triunfó el sentimiento y la nostalgia que transmite Campanella en sus obras. Lo hizo con El Hijo de la Novia y repite la fórmula del melodrama con El Secreto de sus Ojos. Cinta que se apoya fundamentalmente en el diálogo y diferencia dos épocas por un maquillaje, vestuario y ambientación sumamente eficientes.
Y quién mejor para transmitir todo ese sentimiento que Ricardo Darín, el actor fetiche del realizador argentino, junto a Soledad Villasmil. Pareja que ya había trabajado junta en la película de Campanella El Mismo Amor, La Misma Lluvia (1999).
Y es, quizá, ese conocimiento profesional y personal lo que hizo que la química entre los actores traspasara la pantalla y le enseñara al espectador una valiosa lección: Sólo hay una vida para vivir, y es mejor protagonizarla a sentarse tal cual espectador a verla pasar.